Comentario
Pese a tantos desastres, Hitler seguía sin aceptar retiradas, sin concentrar todas sus tropas para la batalla decisiva por Berlín. Más aún, quemaba su última gran unidad, el VI Ejército acorazado de Sepp Dietrich, compuesto por 4 divisiones blindadas y reforzado por 6 más de infantería, enviándolo a Hungría, a reconquistar Budapest...
Evidentemente, Hitler aún creía en la victoria. Una fantástica declaración suya así lo atestigua. En esos últimos días de febrero acudió a visitarle al búnker de la Cancillería el doctor Giesing, que le curó tras el atentado del 20 de julio de 1944. A cierto punto le dijo Hitler: "Alemania se encuentra en una situación difícil, pero la sacaré adelante. Los ingleses y los norteamericanos han incurrido en un grave error de cálculo... dentro de muy poco voy a comenzar a utilizar mi arma de la victoria y entonces la guerra terminará gloriosamente. Hace algún tiempo que hemos solucionado el problema de la fusión nuclear y hemos hecho tales avances al respecto que podemos utilizar la energía como arma. ¡Ni siquiera sabrán qué les ha atacado! Es el arma del futuro..."
Pero Hitler fantaseaba. La bomba atómica alemana era un lejano proyecto al llegar la primavera de 1945, cuando los ejércitos alemanes se retiraban en el Oeste hacia el Elba y los soviéticos les empujaban en Hungría, Austria y Checoslovaquia, mientras que Vasilevsky limpiaba los últimos focos de resistencia en Prusia y Koniev, Zhukov y Rokossovsky disponían en el Oder los preparativos de su asalto final.